Diego Araya es cirujano dentista egresado de la Universidad Andrés Bello, sede Viña del Mar. Desde el comienzo orientó su carrera hacia la armonización facial y la medicina estética, convirtiéndose en un referente internacional y participando como expositor en congresos de alto nivel en Mónaco, París y Roma, donde fue premiado por el mejor caso clínico. Su trayectoria lo llevará en noviembre a Bangkok, donde presentará en el mayor congreso asiático de armonización facial.
¿Por qué elegiste estudiar odontología y en la Universidad Andrés Bello?
Desde niño me sentí atraído por la estética. Tocaba piano, hacía esculturas y jugaba con Lego. Al momento de decidir una carrera, la odontología me pareció un camino ideal: me ofrecía independencia, trabajo creativo y contacto humano. La medicina también me atraía, pero me preocupaba el desgaste físico y emocional.
La Universidad Andrés Bello me motivó por varios factores: el prestigio de la carrera, la ubicación en Viña del Mar y una razón muy personal. Yo no quería pasar por el mechoneo. Soy de Antofagasta y lo vi durante años afuera de la Universidad de Antofagasta; no quería vivir esa experiencia. Sentí que la Andrés Bello era más ordenada y eso me dio confianza.
¿Cómo recuerdas tu vida universitaria? ¿Hubo algún profesor que te marcara?
En cuanto a inspiración, tuve varios profesores que me marcaron. No quiero dar nombres porque podría olvidar a alguno y no sería justo, pero fueron docentes de distintos ramos que me inspiraron a través de su esfuerzo, su dedicación y su pasión por la investigación.
Hubo otros que me inspiraron desde la exigencia, lo que me llevó a sacar lo mejor de mí. Creo que es valioso cuando un profesor logra que uno se esfuerce y siempre apunte hacia arriba, en lugar de conformarse con lo mínimo.
Durante mi vida universitaria la estética ya era una constante. De hecho, mi tesis se centró en el diseño digital de sonrisa y fui ayudante en ramos relacionados con rehabilitación. Pensaba continuar con un posgrado en esa área, pero la armonización facial tocó mi puerta y nunca más se fue.
A veces, como estudiantes, nos enfocamos solo en aprobar los ramos y avanzar de año, pero hay que recordar que nuestra carrera está directamente relacionada con personas, con pacientes, con vidas reales. Somos responsables de generar bienestar, y si no estamos preparados, podríamos tener consecuencias negativas.
¿Cómo fue esa aproximación con la armonización facial y la medicina estética?
Me encontré con esta área apenas egresé. No era algo que buscaba, pero me fue atrapando. Creo que tener un buen criterio artístico y buenas manos —algo fundamental tanto para la odontología como para la estética— me ayudó a destacar.
Más allá de lo técnico, busco resignificar el rol de esta especialidad. Quiero dejar atrás la visión superficial de la estética. Esto también es rehabilitación. Trabajamos con traumas postquirúrgicos, asimetrías congénitas, cicatrices físicas y emocionales. No solo devolvemos forma, también devolvemos autoestima.
¿En qué consiste la armonización facial?
Suelen ser procedimientos mínimamente invasivos, con el uso de productos inyectables como el ácido hialurónico o la toxina botulínica. También se emplean hilos tensores de distintos tipos, productos bioestimuladores, equipos de energía como láseres o radiofrecuencia, y algunas microcirugías que pueden realizarse de forma intraoral. Sin embargo, todo esto está en constante debate sobre quién está capacitado para realizarlos.
En este contexto, nuestra formación como cirujanos dentistas nos permite realizar ciertos procedimientos quirúrgicos intraorales. Siempre abogo por que, mientras exista conocimiento sólido sobre la anatomía y el procedimiento quirúrgico que se realizará, debe haber tranquilidad para ejecutarlo. Eso sí, nunca se debe hacer un procedimiento que uno no domine completamente.
Yo, personalmente, promuevo el reconocimiento de esta área como una subespecialidad o línea de trabajo dentro de lo que denomino armonización y rehabilitación maxilofacial. No se trata necesariamente de abogar porque todo sea cirugía, pero sí de visibilizar que estamos trabajando activamente en ello desde nuestra formación y competencias profesionales.
¿Qué impacto sientes que tiene esta área de tu trabajo?
A lo largo de mi carrera he descubierto el profundo valor de la armonización facial más allá de lo visual. He trabajado con personas que han sufrido accidentes, enfermedades o incluso violencia física. La estética, en estos casos, no es un lujo, es una necesidad. Es ayudarlas a volver a mirarse con cariño.
Esa mirada es la que me ha llevado a impulsar la formalización de esta área en Chile. Trabajo junto al Colegio de Cirujano Dentistas y otras sociedades para que la armonización facial se reconozca como una especialidad. A la vez, capacito a colegas y educo a pacientes sobre la importancia de acudir a profesionales capacitados.
“Ser parte del cambio y de la construcción de esta área me ha permitido no solo crecer profesionalmente, sino también ayudar a que otros se reconecten consigo mismos. Para mí, esa es la verdadera belleza”.
¿Qué herramienta entregada por la Universidad crees tú que te ha servido o que sigues usando hasta el día de hoy?
Entre los aprendizajes que me entregó la universidad, destaco la importancia de la metodología de estudio, el estar siempre preparado para lo que se hará y no improvisar. Esta mentalidad me ha acompañado no solo en lo académico, sino también en lo profesional.
Y si hablamos de aprendizajes más indirectos —pero igual de valiosos—, creo que en mi caso fueron fundamentales la resiliencia, la tolerancia al fracaso y la capacidad de rearmarse después de momentos difíciles. Aprendí a buscar nuevas perspectivas cuando las cosas no salían como esperaba, a redirigir mis esfuerzos y encontrar otros caminos para alcanzar mis objetivos.
Estas habilidades, aunque a veces no se enseñan explícitamente, son claves en el desarrollo profesional. Te fortalecen internamente y terminan derivando en otras competencias que te permiten enfrentar con mayor solidez los desafíos de la carrera.
¿Cómo ves hoy la profesión del cirujano dentista?
Hoy hay una sobreoferta de profesionales y muchos son explotados laboralmente. El sistema ha hecho que la odontología pierda valor frente a los pacientes, sobre todo en los megaprestadores. Pero también es responsabilidad del gremio y de las universidades enseñar a sus alumnos a valorarse.
Para mí, la clave está en una formación integral, que involucre los aspectos técnicos, éticos y emocionales. Es una carrera cara, exigente y de larga duración. No puede ser que muchos colegas terminen abandonándola por no encontrar reconocimiento económico ni vocacional.
¿Cómo te ves en cinco años más?
En cinco años me imagino liderando un equipo multidisciplinario en mi clínica, donde diferentes profesionales de la salud puedan abordar los tratamientos de forma integral. El trabajo individual ya no es suficiente, y la armonización facial requiere de colaboración: desde la cosmetología hasta la cirugía, pasando por la kinesiología y la psicología.
Hoy, además, me encuentro desarrollando tres investigaciones y preparando mi presentación para el congreso de Bangkok. Entonces, puedo decir que mi meta profesional no tiene límites: siempre apunto al universo.